Hay pocas cosas de las cuales podemos estar todos totalmente seguros, y una de esas cosas es que todo tiene un final. A veces son abruptos, otras más prolongadas. Algunos son muy evidentes mientras que otros repentinos. Algunos son más cálidos mientras que otros son muy tristes.
Pero, más allá de que sepamos que todo tiene un final, la mayoría no estamos preparados para enfrentarlo. A pesar de que sabemos que tarde o temprano vamos a tener que asumir tal destino. Nos duele, nos sentimos incapaces. Incluso sentimos impotencia de no poder hacer nada, mientras que el barco se hunde.
Es ese miedo de cerrar una puerta y tener que abrir otra, totalmente desconocida, sin precedentes, de no saber que nos espera detrás. Estamos tan acostumbrados a nuestro presente, tan amoldados y cómodos, que le tememos a los cambios de la vida. A los giros inesperados, a los caminos alternativos, a tener que dejar atrás y seguir adelante.
Algunos cambios son positivos, otros simplemente no. Pero forman parte de nuestra vida, una de cal y otra de arena. Es animarse a vivir, y transitar tanto lo bueno como lo malo, pero sobre todo animarse ante lo desconocido, pararnos frente al enigma y avanzar.
Los buenos recuerdos siempre quedan en la memoria, siempre nos acompañaran estemos donde estemos, y si bien, todo tiene su final, hay que dejar a un lado el miedo. Poder levantar la cabeza, sonreír por lo vivido, y seguir. De eso se trata, de poder disfrutar los momentos sin más miedos.
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