23 dic 2010

A Través

La noche cae y junto con ella un Tsunami de recuerdos y sentimientos arrasan con todo a su paso. El tiempo se detiene por un instante y como si la memoria fuera un video en el que uno puede regresar me embarco en un viaje retrospectivo a mi infancia.

Al ser niños, todo nos parece grande, una aventura sin igual y nos sentimos más protagonistas que nunca de nuestra propia vida. No hay preocupaciones, tenemos los sentimientos en su estado más puro, cada día es un descubrimiento que nos dejará una marca imborrable grabada a fuego en nuestra piel. Las cosas más simples eran aquellas que más nos entretenian, un mundo perfecto sin dudas.

Después de tanto recordar, me dispongo a volver a la realidad y automáticamente me pongo a reflexionar. Una de las primeras cosas que se me viene a la cabeza es el hecho de darme cuenta en la rápidez del tiempo, en su andar sin pausa y en lo corta que es la vida. ¿Estaré aprovechando mi vida? Una pregunta innevitable, que en lo personal no me atrevería a contestar con seguridad.

Otra de las cosas que surgieron en mí después de sumerguirme en tan intenso viaje al pasado, es darme cuenta que el hombre cuanto más se acerca a su madurez, más extraña aquellos viejos tiempos de la niñez.

Cuanto más grandes somos, más chicos queremos ser. El hombre al madurar, renuncia inconcientemente a aquellos valores que teniamos de chicos y que serán cosas que seguramente ya de grandes no podremos recuperar. Como ser la felicidad sin peros, la inocencia, el asombro por cada descubrimiento, la seriedad con las que nos sentabamos a jugar, el hecho de disfrutar cada momento como si fuera el último. Son todas cosas que de grande, se van cambiando por nuevos habitos como la rutina, la falta de interés por las cosas más simples, la falsedad, entre otras.

Pero, un último pensamiento interrumpio mi reflexión como un trueno en plena tormenta. Quizás el tiempo haya pasado, quizás aquellos tiempos de ser chicos no puedan volver. La vida te puede cerrar una puerta, pero abrirte una ventana.

La vida nos da la posibilidad mediante nuestros hijos, de poder revivir aquellas épocas donde nosotros eramos chicos, de poder volver a sentir eso que en algún momentos sentimos, ahora desde otra perspectiva, ya no como niños sino como padres a través de sus ojos, pero con esas mismas ganas que teniamos de pequeños para, esta vez, acompañarlos en su aventura de crecer, en su etapa más maravillosa y única. Disfrutar junto a ellos de esos momentos que tampoco van a volver, que más adelante también van a extrañar, pero si lo pudimos disfrutar al máximo, no queda nada por reprochar.

18 dic 2010

Disconformidad Por Naturaleza


Comenzamos con la simple aclaración de que cada persona es única e irrepetible, que somos distintos, en rasgos de apariencia y de personalidad, en eso estamos de acuerdo.
Sin embargo, hay cosas que nos involucran a todos como seres humanos, como ser los sentimientos, la mortalidad, el razonamiento (o por lo menos desde lo teorico, todos formamos parte de eso en lineas generales).
Hoy, vengo a hablar de algo que nos compete a todos en gran mayoría.
El Ser Humano busca superación, progreso, siempre quiere "ese" algo más. Es lo que nos motiva a estar siempre en la búsqueda, a no permanecer estáticos, a llegar cada vez más lejos.
Aunque en el afan de esa búsqueda, nos volvemos seres altamente disconformes con lo que tenemos. Siempre atrás de algo, que al conseguirlo, sin siquiera disfrutarlo ya vamos en búsqueda de alguna nueva necesidad que nos lleva a no estar nunca conformes con lo que conseguimos.
No le damos el suficiente valor a lo que nos rodea, ¿Por qué? Porque afuera hay algo "más valioso" y todavía no es nuestro.
Es momento de progresar sin dejar de valorar todo aquello que nos rodea, que nos define.
Gran parte de nuestra vida nos pasamos pensando en lo que falta, y no en lo que tenemos. Esa sensación de vacio tanto espiritual, afectivo y material, que nos encierra en un círculo vicioso de nunca estar satisfechos.
Somos disconformes por naturaleza, nada nos viene bien, nada nos conforma.
Si tan sólo aprendieramos a disfrutar de la simpleza de las cosas, aprenderiamos a ser más felices. Darle el valor a lo esencialmente importante, y disfrutarlo, que no es más feliz aquel que más tiene, sino el que más disfruta aquello que tiene.