No voy a remitirme mucho al pasado, no es necesario para recordar grandes tragedias.
Haíti, Chile y ahora Japón. Años, años y años, destrozando el lugar donde vivimos y donde vamos a seguir viviendo, quizás no nosotros, pero si nuestros desendientes. ¿Con qué necesidad? ¿Vale la pena destruir el futuro por tenerlo todo en el presente?
Estamos presos de las decisiones de los importantes que sólo piensan en intereses económicos y políticos, y se olvidan que nosotros al igual que ellos, necesitamos un lugar para subsistir.
El hombre se siente dueño de hacer y deshacer de todo lo que tenga a su paso, sin importar consecuencias. Y somos considerados personas lógicas. Pero, ¿Realmente merecemos llamarnos racionales?
Todo lo que está sucediendo a lo largo y a lo ancho de toda la Tierra no es simple casualidad, no es una acción de la naturaleza, es una reacción. Todo lo que ensuciamos, todo lo que dañamos, es un precio que ya no podemos pagar, no quiero decir que es demasiado tarde.
Sin embargo, lo más trágico de la historia, es que no tengo esperanza. Dependemos de nosotros mismos para empezar a torcer la historia, y eso es justamente lo que me quita toda esperanza, ya que no hay conciencia mundial, sobre todo de los poderosos, de empezar a cuidar nuestro ambiente.
Por desgracia, esté es sólo el comienzo...
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